La
lucha generacional por la equidad
Por
Xóchitl Gálvez
“¡Mi gallo es gallina!”, y hablando de gallinas, esta
semana celebramos el Día Internacional de las Mujeres, que es el 8 de marzo–. Cabe
preguntarnos: ¿cuánto habremos avanzado en este tema?, ¿qué tanto los hombres
están dispuestos a aceptar nuevos roles para hacer más equitativas las
relaciones de pareja?, ¿cuáles son los caminos a transitar para lograr
escenarios de igualdad en los ámbitos familiar, laboral y político?…
Sin duda, para mi abuela no hubo opción, ni tiempo
tuvo, murió a la edad de 32 años dejando 8 hijos vivos, pero habiendo
engendrado a varios más que no se lograron. Cuenta mi madre que enferma ya, y
tirada en el petate, mi abuelo le decía ¡ya muérete para que traiga a la otra! Efectivamente,
al poco tiempo mi abuela murió y mi abuelo trajo a “la otra”.
Si mi madre cuestionó la validez de los roles femenino
y masculino, yo nunca escuché que dijera nada, que se quejara o que maldijera
la vida que le tocó vivir a lado de un hombre violento y con graves problemas
con su manera de beber. Cuando yo me rebelaba después de una golpiza, le decía:
“Mamá vámonos de aquí, deja a mi papá”, y ella me decía: “¡No! Esta vida me
toco vivir, aquí nacimos y aquí tenemos que morirnos”.
Yo me atreví a cambiar. Me rebelé a ese futuro
espantoso que me esperaba y me fui de mi pueblo huyendo de esa terrible
realidad. Sin embargo, todavía pesan sobre mí algunos atavismos del pasado con
los que fui educada, los cuales, estoy segura, no se reflejarán en mi hija, ya
que me encargué de educarla con otra visión, con el objetivo de convertirla en
una mujer plena, libre, independiente y sin temores.
No fue fácil: los hombres de mi pueblo se llenaban la
boca diciendo que las mujeres sólo servíamos para el petate y el metate.
Afortunadamente yo sólo salí buena para el petate. Las mujeres no teníamos
ningún valor, la educación era la sumisión hacia el esposo y el sometimiento a
sus órdenes. Algunas estadísticas me hacen pensar que, entrado el siglo XXI,
esta realidad no ha cambiado demasiado. Por ejemplo: de acuerdo con la Encuesta
Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2006, 43
por ciento de las mujeres del país han sido víctimas de violencia, con
porcentajes que van de 33.7 por ciento en Coahuila a 54 por ciento en el Estado
de México.
Esa realidad que vivimos las mujeres en los hogares no es muy distinta a la que se vive en materia laboral, donde 30 por ciento de las mujeres mayores de 15 años de edad han sufrido algún tipo de discriminación, hostigamiento, acoso o hasta abuso sexual en su trabajo.
Estoy convencida que esos hombres que maltratan a la
mujer con la que viven, no actúan de manera diferente cuando son funcionarios
públicos. Cómo olvidar las actitudes de misoginia que viví durante mi campaña
en Hidalgo. En los círculos de poder se referían a mí como “la pinche vieja”.
Cómo permitir que una mujer se atreviera a desafiar al “club de Tobi”. Un ex
presidente municipal en la Huasteca le decía a los líderes comunitarios lo
siguiente: “muchos de ustedes están casados, y yo creo que no les gustaría que los
mandaran las mujeres”. Escuchándolos yo pensaba: “¿Por qué sí han permitido que
los mande tanto pendejo, corrupto e inmoral?”. Porque este alcalde huyó por
problemas con su cuenta pública, y fue perdonado por el PRI para que regresara
a hacer el trabajo sucio. Pero, claro, esa pregunta nunca se la van hacer.
Ahora entiendo por qué en la misma región, una mujer
indígena se me acercó para comentarme que ya estaba cansada de las golpizas de
su marido, quien además, le quitaba el poco dinero que ganaba lavando ajeno. El
hombre usaba ese dinero para emborracharse. Mi primera reacción fue decirle que
lo dejara, y ella me dijo: “es que no se va, vive en la casa que me dejó mi
mamá”. “Éste sí me salió más chingón”, pensé y le dije a la mujer: “bueno,
entonces ve con el Delegado de tu comunidad y pon una queja para que lo
encierre”. Su respuesta me dejó helada: “ya fui con el Delgado y me dijo que
tengo que aguantarme porque es mi marido”. Sobra decir que me enojé, me puse
furiosa: “ve y dile al cabrón del Delgado que digo yo, que él se vaya a vivir
con tu marido, y que si aguanta que le pegue y le quite su dinero, tú te
regresas”.
Creo firmemente que la mejor alternativa para eliminar
la discriminación en que viven millones de mujeres es la consolidación de una
visión de género en todos los espacios políticos, económicos y sociales. Es
urgente –es necesaria– la visión femenina en el ejercicio del poder. No puede
ser que sólo haya una gobernadora en todo el país y sólo cuatro mujeres en el gabinete;
que sólo 24 por ciento de los legisladores de la Cámara de Diputados sean
mujeres. Necesitamos con urgencia que más mujeres sean presidentas municipales,
y representantes. Pero para ello, más que cuotas, se requiere que los hombres
entiendan que compartir el poder con las mujeres también los beneficia.
De eso se tratan las políticas y las acciones de
equidad, de que la sociedad y los gobiernos: el Estado compartan la
responsabilidad de construir un sistema más incluyente, donde quepan también la
visión y las necesidades, las prioridades de las mujeres. Eso significa conocer
todos los distintos tipos de problemas que viven diversas mujeres: jóvenes,
amas de casa, profesionistas, indígenas, empresarias. Ellas, que han construido,
tienen propuestas para que se reconozcan sus derechos y se dé respuesta a sus
necesidades.
La equidad es necesaria cuando estamos en una sociedad
tan desigual como la mexicana. Equidad significa reconocer las desventajas
desproporcionadas de género que padecen algunos sectores de la población, para atenderlas
específicamente: con cuotas, a veces; con recursos para programas; con difusión
de los derechos, las condiciones de vida y las prioridades de las mujeres en estos
sectores…
Para que no haya violencia contra las mujeres; para
que las mujeres participen en las decisiones, en el acceso a los recursos y en
el ejercicio de poder, para que haya igualdad, se necesita pasar por un proceso
de equidad, y reconocer que aunque muchas cosas han cambiado, y las nuevas
generaciones de mujeres van teniéndola más fácil que sus madres y sus abuelas,
todavía están arraigados prejuicios y creencias que provocan la discriminación
y la descalificación de las mujeres.
Tenemos mucho por hacer todavía. El camino que
iniciaron mujeres valientes hace décadas aún es largo, por ello debemos escalar
en los ámbitos en los que nuestra presencia ya se hace sentir, para que
nuestras hijas se desenvuelvan en ellos con naturalidad.